Siempre tuve la impresión de que el ser humano se ha ido acomodando (esto es un hecho) y con ello ha perdido parte de su creatividad, pero cuando me leí el libro de Harari «Sapiens«, (en verdad no pude dejar de leerlos todos) lo tuve claro. El problema estaba en los cambios de paradigma y la seguridad percibida que va ligada a cada uno de ellos.
Está claro que nuestra creatividad era obligada en tiempos donde nadie velaba por nosotros. Como cazadores/recolectores si algo salía mal o lo arreglabas tú o estabas muerto. Mucho ha llovido desde entonces y ahora la mayoría de problemas no nos lleva a un callejón de vida o muerte (afortunadamente). Si alguien se queda sin trabajo, tenemos ayudas. Si alguien cae enfermo, tenemos médicos y hospitales. En definitiva, cada vez tenemos que luchar menos para sobrevivir.
Pero la realidad es que hay algo en todo esto que no funciona. Los niveles culturales cada vez son menores (a pesar de tener más información), la gente cada vez trabaja más horas (a pesar de tener mejor tecnología) y sobre todo, si nos apoyamos en el criterio del número de medicamentos para la depresión y otras enfermedades mentales, somos menos felices (a pesar de haber más abundancia). Pero lo más importante: cada vez nos percibimos a nosotros mismos como menos creativos. Y quizá sea cierto.
Pues ser que sea ésa la razón de que estemos viviendo un auténtico back to basics en muchas de las iniciativas que se están implantando los últimos años en las organizaciones. Ejemplos como la metodología ágil, los equipos de trabajo transitorios, scrum masters o la figura del knowmad, son en realidad una forma de volver al origen, a ese primer paradigma donde todo era más libre, más práctico y más ágil.
A Harari se le ha acusado de dibujar el mundo antiguo como si fuera un paraíso, idealizándolo en demasía mientras atacaba al mundo moderno. Más allá de eso lo que debemos agradecerle es que nos ha hecho reflexionar sobre todo lo que se hacía bien durante miles de años.
En mi caso, soy un gran admirador de Harari, pero también reconozco mi fascinación por formas de pensar y de hacer mucho más actuales (de «sólo» 2000 años) como la filosofía estoica, de la que gente como Ryan Holiday, o Marcos Vázquez en España, están difundiendo muy bien. En ella aprendemos a desarrollar habilidades como la resiliencia, la flexibilidad mental o la adaptación situacional para un entorno muy necesitado de ello, ya que el mundo hipercomplejo que hemos construido lo demanda.
Mi última conexión ha sido con los monjes cartujos, de los que aún no sé mucho pero gracias a un libro que en breve reseñaré («El arte de llevar una vida creativa«, de Frank Berzbach) estoy aprendiendo algo que también sospechaba, y es que el silencio y la soledad son dos variables fundamentales para nuestra creatividad. Si lo pensamos bien hasta hace bien poco todos podíamos encontrar esos espacios donde estar con nosotros mismos y pensar. Esa «pausa creativa» tan necesaria ahora es un lujo exótico ya que sin despachos desde hace años y actualmente con el teletrabajo y el telecolegio, encontrar un poco de silencio se paga bien caro.
Soy consciente de que he abierto tres melones de los que se puede sacar mucha miga. Sirva este post para abrir boca y que quede la reflexión de que una vuelta al origen, al conocimiento y sobre todo maneras de afrontar la vida que han ayudado a nuestros antepasados a llegar hasta aquí, no son nada despreciables y nos pueden ayudar a re-conectar con nuestra creatividad.
Os animo a explorar, como siempre, estos temas que tanta comprensión me han dado los últimos años. Seguro que iré escribiendo más sobre ellos.