Recuerdo, ya hace muchos años, una formación en la que se me acercó un chico y me dijo: “yo sé que todos estamos aquí para aprender a ser más creativos, pero a mí me gustaría que me enseñaras a borrar toda creatividad de mi cabeza”. Tras mi pequeño shock inicial, me explicó lo insólito de su propuesta, y es que para una mente creativa  trabajar en una empresa tradicional se había vuelto algo muy doloroso. Todas sus propuestas eran rechazadas o ridiculizadas, por mucho que buscara el hueco no encontraba una fisura en el sistema donde poder añadir valor con propuestas novedosas para la organización. Llegado a este punto, lo único que quería es que, simplemente, no se le ocurriera nada más. Total, sólo servía para añadir más frustración al proceso.

Esta pequeña anécdota me hizo reflexionar mucho, ya que ¿cómo podía su empresa al mismo tiempo contratar un servicio para fomentar la creatividad cuando sus empleados deseaban alejarla?

Mi conclusión tras revisar mi carrera dedicada 100% a la creatividad y la innovación en diferentes tipos de organizaciones es que hay mucha creatividad de postureo, ésa que actúa más como marketing que como forma de hacer las cosas. Actúan pensando que es mucho más importante comunicar que son innovadores que serlo de verdad. Y sobre todo en época de bonanza, donde hacerlo no resulta tan doloroso que cuando la crisis nos azota.

La prueba del algodón es ver quién está ahora invirtiendo en ello y quién ha dejado de hacerlo ahora que las cosas no van bien.