Carl Honoré es quizá la voz más conocida que tiene el movimiento Slow en el mundo. Su libro “Elogio de la lentitud” es todo un best-seller y se ha traducido a más de 35 idiomas. Lo invito a estas conversaciones para charlar sobre el uso que hacemos del tiempo hoy en día, ya que la percepción que tenemos del mismo se ha convertido en nuestro principal enemigo a la hora de pensar creativamente.

 

Datos curiosos

  • Carl trabajaba de periodista y siempre iba de avión en avión con estrés y muchas prisas hasta que una vez perdió uno y eso le hizo parar en seco, reflexionar, y darse cuenta de que la velocidad que llevamos en nuestras vidas no es la adecuada. Eso le hizo volverse el mayor activista de la filosofía Slow. ¿Serendípico, no?

 

  • Pasó un tiempo en Argentina y allí es donde adquirió ese castellano tan envidiable.

 

  • A pesar de ser conocido como el “gurú de la antivelocidad” (cosa que no le gusta) a Carl le encanta practicar deportes llenos de adrenalina como el hockey.

 

  • Conozco a Carl desde hace años, aunque curiosamente sólo nos hemos visto de forma presencial una vez en Barcelona. Charlamos por Zoom para esta conversación de una manera tan fluida como si fuéramos compañeros de oficina, lo que demuestra que la calidad de las relaciones va más allá de lo presencial/online.

 

Modo de vida: ocupado

Una de las excusas que más veces me han puesto cuando lidero un proyecto de innovación es la de “aquí no tenemos tiempo para pensar”. Y es que la gente parece siempre muy ocupada (viviendo en un Teams, como me decía el otro día una amiga), sin apenas tiempo para poder hacer ni siquiera su propio trabajo, así que de pensar ni hablamos; esa pausa creativa tan necesaria se ha convertido actualmente en un lujo exótico. Sin poder reflexionar, dejar nuestra mente divagar para conectar con ideas nuevas, realizamos las tareas con el piloto automático y, por tanto, los resultados son predecibles y obvios. No nos extrañemos que la creatividad brille por su ausencia.

Le pregunto a Carl cómo es posible esto:

“Parece que es necesario correr porque la lentitud es mala. En la mente tenemos grabado que tomarse una pausa es de perdedores, por ello estamos todo el día conectados, haciendo cosas. Con ello hacemos un mal uso del tiempo. Pero hay otra razón, y es que somos adictos a la velocidad, a la distracción; es casi como una droga. Cuando podríamos aprovechar el momento nos entra pánico y huimos de él. Huir de uno mismo hace que no afrontemos las grandes preguntas de la vida.”

En los últimos años he cambiado mi parecer en cuanto a la causa de este problema. Al principio pensaba que la ambición empresarial no tenía límites y con ello se exprimía más y más al trabajador disminuyendo así su tiempo libre, pero ya hace tiempo que esto huele a chamusquina. Y es que estar ocupado parece otorgarnos cierto prestigio, y si no probad a decirle a la gente que tenéis tiempo de sobra para pensar, relajaros y disfrutar de la familia y veréis que cara os ponen. Recordemos lo que nos decía Esperanza: “a la gente le gusta apagar fuegos, y si no los tiene, se los acaba creando”.

“El prestigio que nos otorga estar ocupado es veneno. Nadie se muere mirando atrás y diciendo ojalá hubiera pasado más tiempo en la oficina….”

 

La tortuga y la liebre

El movimiento Slow nació en Bra, un pequeño pueblo al norte de Italia en el que los cocineros, hartos ya de tener que alterar los tiempos de su forma de cocinar para adaptarse a las prisas de sus clientes, decidieron plantarse y dejar las cosas muy claras, y es que si se quiere comer bien hay que esperar a la comida, no ella a ti. Así nació Slow Food, por lo que yo me pregunto, ¿puede haber un Slow Work?

“Hay dos mundos reacios en todo esto: el de la política y el de la empresa. Son excesivamente cortoplacistas. Creen que cuanto más rápidas son las cosas, más próspero es todo; no conciben la idea de que las cosas en su tiempo justo pueden hacerse con más calidad.”

Un tema muy importante aquí es que Slow no significa precisamente lento, sino “con su tiempo adecuado o justo”. Como bien dice Carl, el cortoplacismo hace que el resultado no sea de calidad, y eso es muy duro de aceptar, tanto para los clientes como para los propios trabajadores:

“La gente se siente mal por tener que trabajar rápido, no se siente alimentada por su día a día. Si hoy entrego un 7 dentro de un año será un 5,5. Cada vez va a peor porque mi motivación disminuye.”

Al igual que con el coche podemos ir a diferentes velocidades para adaptarnos al entorno, así parece que también podemos hacerlo con nuestro ritmo interior.

“Todos tenemos una liebre y una tortuga interna. La que manda normalmente es la liebre, siempre corriendo. Pero hay que revertir la situación y darle más espacio a la tortuga. La magia está en cambiar la marcha, porque las dos son útiles. El equilibrio es la clave.”

Le cuento a Carl en este punto lo asombrado que quedé cuando, tras años de trabajo intenso, de viajes, tener hijos, mudarme muchas veces y demás, pude frenar un poco, comprarme un buen equipo de música, unos vinilos, un buen sillón, y cuando me senté a disfrutar de un buen disco no pude estar ni dos canciones seguidas sin coger el teléfono o pensar en flecos sin resolver del trabajo.

“Es un tema de conquistar pequeños pasos, poco a poco. Al principio una canción y luego subiendo lentamente. Se puede entrenar, es un proceso.”

 

Crear la cultura adecuada

Parece difícil que en el mundo empresarial podamos salir de esta sensación, la de estar en una carrera permanentemente, pensando en la competencia, en que se acaba el tiempo…pero, si observamos a otras culturas, parece que encontramos algunas claves.

 “Todo esto nace de la propia cultura. El sistema francés de 35 horas no es natural, es demasiado rígido, como un corsé. Es mucho más sano crear una cultura que nazca en la propia empresa, ya que es la que se adaptará mejor a los objetivos de los empleados. Pero tiene que haber limites. Alemania es un buen ejemplo; trabaja menos horas pero es muy productivo. Es calidad total, aspiran al 10, pero lo hacen sin trabajar 80 horas a la semana.”

Tenemos vinculado el concepto de paz y sosiego a Oriente. Recuerdo que hace años leí que los chinos aún tenían presente las enseñanzas de Confucio en cuanto al rechazo de la tecnología y por eso preferían más mano de obra que usar una máquina pero, tal y como están las cosas, entiendo que eso ha cambiado…

“Ahora en Oriente también están con las prisas, solo hay que ver China, Corea… pero en la cultura oriental el tiempo es un círculo, se renueva constantemente, deja de ser un recurso limitado, ya que es como el aire, es constante.”

A modo de broma se me ocurre que quizá nosotros hemos contagiado a Oriente con nuestras prisas y visión del tiempo y ellos nos lo han devuelto en forma de pandemia mundial. Aprovechando que entramos en tema de pandemia resulta muy interesante saber cómo ha cambiado esto nuestra relación con el tiempo.

“Vamos hacia la mejora, pero estamos en fase de transición. Tenemos mezclada la visión anterior con lo de hoy y sin poder mirar a lo que vendrá. Muchas empresas han doblado la carga de trabajo, pero las que lo están manejando bien han descubierto que los empleados son más sanos y productivos. Hay un banco aquí (en Londres) que  ha dicho que sus empleados trabajen donde quieran, devolviendo su autonomía. Esa flexibilidad será la clave para el futuro. Dar la autonomía al empleado es la mejor manera para catalizar la creatividad, y la productividad. Libertad para elegir, para crear su tiempo justo.”

Ese momento del que habla Carl me recuerda a algo que escuché hace tiempo, y es que tenemos un cerebro de hace millones de años, burocracia de la Edad Media, normas y reglas de la Revolución Industrial y objetivos y visión de un entorno global y digital. Ese “momento bisagra” en el que estamos hace que tengamos que lidiar con todo ello a la vez. No va a ser fácil, pero si no nos paramos aunque sean unos minutos a pensar cada día, seguro que será mucho más difícil.

Menos mal que tenemos a grandes tipos como Carl para que nos recuerden lo importante que es esto.

 

Libros para pensar

  • Elogio de la ociosidad, de Bertrand Russell
  • El Americano Impasible, de Graham Greene